Ella había salido corriendo aterrorizada después de que su novio intentara darle un puñetazo. Solo quedó en un gesto, pero no dio tiempo a más. Ella huyó tal y como vio la mano levantarse. Había sido la primera vez que llegaba a ese punto pero también fue la última. Llevaban meses de crisis, discutiendo a diario, y de camino a su casa ella pensaba en cómo había llegado a tal situación. Había empezado a salir con él cinco años antes, justo antes de irse a otra ciudad a empezar la Universidad. Al principio todo fue normal, a distancia; aunque en ese momento se preguntaba cómo no había visto las señales mucho antes.
Todo había empezado con el típico “¿Quién es ese con el que hablabas?” en los primeros meses, aunque en poco tiempo había derivado en comentarios sobre el largo de la falda o el bajo del escote. “Es que a ti te gusta hacerme enfadar”, le decía. Luego comenzaron los interrogatorios cada vez que salía con las amigas, el llamarla a ciertas horas para ver si la pillaba en la calle… y ojo con no cogerle el móvil porque eso era drama seguro.
Acabaron los estudios y ella volvió a casa. Ahí el control se hizo total. Él no encontraba trabajo y la culpaba, porque siempre hay que poner la relación por encima de todo. El punto de inflexión fue la negativa de ella a irse a vivir con él. “Yo tengo una casa y tú tienes un sueldo, si no quieres vivir conmigo es porque no me quieres”. Al final, él había perdido toda su vida social, limitándola a su familia y a ella, ahogándola y culpabilizándola continuamente por todo lo que ella hacía y por todo lo que él no hacía por estar con ella.
Y así llegó a esa situación, a una mano levantada que le levantó también el valor para decir BASTA. Lo que ella no sabía es que luego vendría lo peor… las flores que llegaron a los dos días a su casa, los llantos de él a familiares y amigos en los que decía no explicarse cómo ella había podido dejarle, y los reproches de su entorno del tipo “pobre, se comporta así porque te quiere mucho” que los hacía cómplices a todos, aunque a ella nada de aquello le parecía normal.
Al tiempo ella intentó rehacer su vida, conoció a alguien que la trataba bien. Pero entonces llegaron las llamadas anónimas de madrugada insultándola, al igual que las que llegaban a su trabajo desacreditándola. También llegaron las falsas historias de una larguísima lista de personas sin nombre ni descripción con las que, según él, victimizándose, ella había sido infiel. Con el tiempo, ella descubrió que él la seguía por donde quiera que fuera, escondido por las calles, ansioso por saber todo lo que ella hacía. Al final, ella tuvo que irse para huir de un acoso en el que nadie la ayudaba porque “es que él te quiere mucho”.
Todo eso pasó hace muchos años, pero todavía hoy ella a veces siente que la siguen cuando va sola. Todavía oye rumores muy de vez en cuando de alguien que le comenta que él sigue contando la historia de aquella novia tan puta que tuvo, aunque la parte en la que él acosaba, maltrataba psicológicamente e intentó agredir siempre se le olvida. Cosas de la memoria.
Esta historia puede o no ser real. Seguramente habrá miles diferentes con desarrollos idénticos. Y si ahora os preguntáis para qué sirve el 25N, es muy sencillo. Para recordar que la violencia existe. Que la violencia no es sólo un moratón en cara, es todo aquello que pretende coartar la libertad y manipular la voluntad de una mujer. Yo lucho para que ni mis amigas, ni sus hijas ni nadie vuelva a pasar por lo mismo, ni por nada parecido. Y para que nadie vea como normal ese trato hacia otra persona. Porque eso, señores, en ningún caso es amor.