“Ay qué bonita verla en el aire,
quitando penas, quitando hambre
Verde blanca y verde.
Amo mi tierra, lucho por ella,
mi esperanza es su bandera
Verde blanca y verde”.
Opinión: Luis Rossi
No dudó el bueno de Carlos Cano en cantar por primera vez en la calle el himno andaluz tras los 40 años de dictadura. Y nos legó una pieza musical nueva, que no es sino una demostración de la armonía que puede llegar a sentirse cuando ondea al viento nuestra Arbonaida (Al bulaida). Nuestra bandera.
Y fue un día como hoy, hace ya 44 años cuando las andaluzas y los andaluces dijeron ya basta. Cuando suspiramos en las calles por un 151, como el resto de comunidades que buscaban su ilusión autonómica. Además, un 4 de diciembre estuvo marcado, como siempre en la historia andaluza, por el derramamiento de sangre.
Como la sangre de Mariana Pineda, la de Torrijos, la de Blas Infante, la del pueblo andalusí del que bebemos su sangre. Aquel fatídico 4 de diciembre se tornó en tragedia y Manuel José García Caparrós hizo de su patria su bandera y de su heroicidad su tumba. Aquel pistolero fascista fue el eco de un tiempo pasado, que no siempre tuvo que ser mejor, que se quiso desterrar para no tener que recordarlo nunca más.
Hoy, con una España tan rica como vertebrada, tan irascible como solidaria, nos encontramos con una necesidad vital de izar la identidad de un pueblo. Y recordar lo que fuimos, como dice nuestro himno.
Porque, aunque muchos todavía no se enteren, nuestra historia no empieza en 1978 con la aprobación del Estatuto. Ni siquiera con aquel proyecto impulsado en Ronda por Blas Infante. La Arbonaida, lo que significa, debe remontarse siglos y siglos atrás, porque, aunque en nuestra tierra andaluza siempre fueron ricos en cultura e historia, nuestro esplendor Andalusí ha hecho que sea esta tierra desterrada frente a las grandes injusticias de España.
Porque Al Andalus fue grande. Fueron ocho siglos de una tierra que no pudo ser aniquilada en ninguna reconquista. De aquí expulsaron a muchos andaluces -sí andaluces- porque los que nacían en esta tierra eran de Andalucía.
Sin embargo, no fueron pocos los que con las falsa apariencia de la reconversión, legaron las costumbres, tradiciones y la identidad de aquel pueblo árabe-andaluz. O a caso no tenemos miles de palabras que decimos a diario, heredadas de aquellos tiempo. O acaso no recordamos costumbres, como la de sentarse al fresquito nuestras abuelas o el decir “Ole” cuando canta uno de nuestro flamencos.
Ocho siglos no se desvanecen en una sola Reconquista. Y si digo esto, no es más que para hacer un defensa de lo que nos queda por delante. La reconquista de los derechos. Siguen los señoritos y las grandes fortunas mandando, cerrando nuestras fábricas, nuestras factorías, mercadeando con la pesca o macrourbanizando nuestra tierra.
O utilizan nuestro acento como burla o como muestra de superioridad, demostrando una ignorancia tan peligrosa como dañina.
Mientras, los que nos gobiernas desde arriba, dejan a la deriva un barco llamado Andalucía. Y se ha visto que solo la lucha conduce a la victoria. Cádiz y su metal. Su metal y Cádiz. Por eso, hoy más que nunca, debemos izar sus velas blanca y verde.
No quiero entrar en más política de la necesaria, para no salpicar un día como el de hoy. Pero nos debemos preguntar -como dice mi admirado escritor Antonio Manuel- qué partido verdaderamente es andalucista o qué formación la usa como reclamo de votos.
Hoy, con nuestra bandera enarbolada, como quiso Blas Infante, allá por el año 1936, cuando en el Ayuntamiento de Cádiz hizo lo propio y así se debía hacer cada domingo. Sin embargo, ya sabemos lo que vino días después.
Ahora toca no avergonzarse, quererse con nuestros defectos y nuestras virtudes, con nuestras penas y nuestras alegrías. Queremos ser amables, pero no bufones, queremos ser libres y aprovechar nuestros recursos. Para enseñarle a las próximas generaciones que Andalucía no es una quimera, sino una tierra poderosa, capaces de levantarse una y otra vez con una sonrisa en los labios.
Hoy, que necesitamos más que nunca los dos colores con la que se pinta nuestra acuarela, para usarlos como pinturas de guerra. El blanco de la luz, de la sanidad, de la sal, de la pureza. El verde de la esperanza del fin de la pandemia, verde de nuestros campos, de nuestra Breña.
Permítanme hoy que pida que cuidemos las señas de identidad que distinguen a nuestra tierra y que haga mía las palabras de aquel notario de Casares, que dejaba claro que su nacionalismo, antes de andaluz era humano.
La importancia de seguir siendo la hospitalaria tierra, pero no vasalla de nadie. Y, como dijera el poeta, “no se trata de ser un patria sin más, sino que en la carrera por la dignidad Andalucía se ponga primera”.
¡Viva nuestra Arbonaida!
¡Viva Andalucía Libre!